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San Enrique de Ossó y la Guía práctica del catequista

Estamos muy cerca de celebrar a san Enrique de Ossó, patrono nacional de los catequistas, por lo tanto, más que novedad editorial, queremos recordar la obra de san Enrique de Ossó que refleja su pensamiento catequístico: “Guía práctica del Catequista 

Es precisamente en esta guía donde se revelan sus grandes dotes pedagógicas y su entusiasmo por un apostolado que algunas veces se menosprecia.

El punto de partida será el mismo para todo su quehacer pedagógico. De ahí que el catequista tendrá que empeñarse en una tarea absolutamente cristocéntrica en la formación del pequeño catecúmeno: “revestirlo de los mismos sentimientos y afectos que Cristo Jesús tiene en su corazón” 

Esta labor no se puede realizar si no es por contagio, por testimonio. “Si para fin tal alto, para que enamore y cautive todo el afecto de la niñez, necesita hermosear esta imagen, avivar su colorido e imprimirle animación, menester es que esa imagen divina de Jesús se halle perfectamente grabada, esculpida, en el alma del catequista…” 

Es extraordinario el interés que en la “Guía práctica” dedica a este punto central y básico de su enseñanza. Realmente se adelantaba con mucho a la postura actual que en Pedagogía se adopta para la Educación en la Fe. Instrucción sí, pero sobre todo vivencia profunda, penetración en el misterio de Cristo que informe toda la vida del niño y le dé espíritu y vida.

La Catequesis parte de la Palabra de Cristo, de su Corazón. Desde allí irradia toda enseñanza: “Un corazón central, que es el de Jesucristo, reúne todo lo bello, lo atrae todo, lo vivifica todo. Es el Corazón de Jesús, el centro de los corazones cristianos quien los une, los purifica, los mueve y los obliga a caminar hacia la justicia, la luz y el amor”.

En cuanto al método que el buen catequista debe emplear será sobre todo la observación como punto de partida. Deberá atender a lo que el niño dice y piensa para captar sus centros de interés. Y esto no se logra en los niños si no es con brevedad y concisión. “Para enseñar con fruto a los niños las verdades de salvación es menester que el catequista agrade a sus oyentes y les cautive su ánimo, para lograr este resultado es indispensable sean sus instrucciones breves, claras por su exactitud y amenas” 

San Enrique destaca la importancia de la formación teológica y doctrinal del catequista, porque “nadie puede dar lo que no tiene”. “Antes de enseñar, debemos estudiar, aprender bien y mucho”. “Instrucción sólida, ideas claras, exactas sobre lo esencial del dogma y moral, sobre el símbolo, los Sacramentos, etc.”. Se trata de una preparación para la que es necesario el espíritu de sabiduría que se adquiere sobre todo con oración. “Prepárese con esmero con estudio y oración”.

Junto con la formación doctrinal, destaca tres actitudes que cree él son características del buen catequista, como fruto del Espíritu que trabaja en el interior.

– El catequista ha de ser un hombre de oración, que vive profundamente el don de piedad. Está llamado a ser maestro de oración de los niños, y esto solo es posible manteniendo una profunda relación con Dios.

– El catequista ha de ser un hombre lleno de dulzura y cordialidad. Humilde y manso como Jesús, tierno como una madre.

– El tercer rasgo identificador del catequista, apasionado por el Reino de Dios, es el celo o el amor apostólico. «Como la llama ardiente del fuego del amor divino: un deseo vehemente de dar a conocer a Dios, de formar o perfeccionar la imagen de Jesús en todas las almas para lograr su salvación, cueste lo que costare». 

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