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Las tentaciones de la catequesis popular (III)

TERCERA TENTACIÓN

Fijarnos más en una catequesis para los «momentos puntuales»

que en el seguimiento de nuestro propio programa de catequesis.

¿Qué pasa con casi todos los niños que hacen su Primera Comunión?… ¿o con los adolescentes y jóvenes que reciben la Confirmación?… ¿o con las parejas después de casarse por la Iglesia o después del bautismo de su hijo? La respuesta ya la sabemos muy b ien: ya no se presentan a casi ninguna reunión de la Iglesia; ni a Misa llegan.

Una encuesta realizada a algunas parroquias, nos aporta los siguientes datos: durante este año prepararon a más de 2,000 niños para su Primera Comunión y, de éstos, sólo 89 han vuelto a la Iglesia. Más desanimante que estas cifras fue el siguiente comentario. «No podemos hacer nada porque este es el mismo problemas en todo el país».

Ante esto, nosotros catequistas solemos echar la culpa a los padres por no mandar a sus hijos a la catequesis… o a los sacerdotes por no apoyarnos… o a la tele por  tener programas infantiles a la misma hora de la catequesis o a los demás por no ofrecerse como catequistas para atender a los nuevos grupos de niños… o a «la costumbre» de no tener nada después de la Primera Comunión. Le echamos la culpa a todos, menos a nosotros mismos. Pero cada vez estamos más convencidos de que la causa principal de esta situación tiene que ver con nosotros, los catequistas. Nuestros programas no incluyen el futuro; hacemos «bonitos trabajos de catequesis» para la necesidad del momento, pero no estamos impulsando o apoyando un proceso de fe en la vida de los catequizandos. El árbol se conoce por su fruto. Nuestras catequesis no suelen tener seguimiento; son «árboles que dan fruto sólo una vez en su vida y después se vuelven estériles».

Las catequesis siempre deben partir de las necesidades del presente; pero, para ellas, hay que hacer programas con miras al futuro.

Ejemplos:
Ya que la gente pide la catequesis para que sus hijos hagan la Primera Comunión, hay que aprovechar este momento. Hay que hacer un programa dinámico que les guste a los niños. Durante el poco tiempo que dura la catequesis, hay que fomentar que el grupo logre  ser una verdadera comunidad de «amigos en el Señor»…¡con ganas de seguir después de la Primera Comunión! Hay que escoger bien a los niños para esta experiencia (porque los que viven muy lejos unos de otros no van a poder seguir por falta de permiso de sus padres o por no venir desde lejos; los que son demasiado pequeños no sienten todavía la necesidad de andar «con los amigos» y, por lo tanto, no van a tener interés en seguir). No podemos como catequistas terminar nuestro programa de catequesis sin tener otro programa de seguimiento ya listo para poner en la práctica (aunque sea con otros catequistas).

— Ya que la catequesis de Primera Comunión puede ser un «trampolín» para seguir un proceso de fe de los niños en lo que les queda su niñez, se puede aprovechar del mismo modo el Sacramento de la Confirmación como trampolín para comenzar en serio una pastoral de adolescentes o de jóvenes.

— «En una parroquia donde estuve hacíamos misiones durante la Cuaresma y la Semana Santa con la intención —además de dar un servicio a todo el mundo— de detectar a las personas adultas que quisieran entrar en una experiencia comunitaria más comprometida en la fe. Lo que ayudaba es que la misma gente esperaba y pedía que hubiera alguna actividad especial durante este tiempo. Hay que saber cómo aprovechar estos momentos «con miras al futuro». No hay que confundir «el seguimiento de nuestro programa catequético» con las exigencias de la escuela o de los temas prefabricados de algún movimiento eclesial«.

La catequesis siempre parte de… y responde a… las necesidades e inquietudes sentidas por un grupo concreto de personas. Como catequistas, tenemos que fijarnos en lo que es LO MÁS IMPORTANTE en la vida de estas personas; lo vital de su etapa actual de vida. Una vez que captemos esto, entonces podemos empezar a buscar (o inventar) un programa catequético adecuado a sus necesidades. Cuando no hacemos esto, nos desviamos de nuestra meta. un ejemplo: Hace mucho tiempo un sacerdote comentó que era imposible trabajar con los adolescentes. El había conseguido una de las mejores películas del momento y les había ofrecido gratis el cine para atraer a todos los adolescentes. Pero ellos habían preferido ir aquella misma noche a ver un concierto. Aquel sacerdote no cayó en la cuenta de que «el gusto del padre» no era lo mismo que «el gusto de los adolescentes». Por este mismo tiempo un equipo había también dado comienzo a unos grupos de adolescentes. Se les animó para que imitaran a sus otras estrellas favoritas. Fué todo un éxito e iban creciendo los grupos. Después de un tiempo sus costumbres fueron cambiando poco a poco, porque habían encontrado un modo más agradable de convivir sanamente y sin una presión negativa de sus compañeros.

En este contexto debemos añadir que debemos propiciar que los catequizandos expresen su fe libremente y a su manera. «El hombre no está hecho para la Ley (liturgia), sino que la Ley (liturgia) está hecha para el hombre». A veces no hacemos caso a esta frase y tratamos de forzar las cosas. Por ejemplo: Utilizamos unas «Misas de niños» (demasiado estructuradas y rígidas ) cuando lo que realmente necesitan los niños son más bien unas sencillas liturgias repletas de cantos, títeres o teatro, oraciones espontáneas y, claro, mucha amistad y actividad. La catequesis verdadera impulsa un proceso de fe. Por eso, nuestros programas catequéticos deben partir de las necesidades sentidas de cada grupo y realizarse con miras al futuro.

Bill Ameche, Catequista y escritor

Fuente: Mercaba
Adaptación: www.catequesisdegalicia.com

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