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La asignatura de la Religión en la escuela

Esta noticia es un resumen de una publicación firmada por Mario A. Pérez Moya, que a raíz de la entrevista que se le realiza a un líder del movimiento estudiantil, sobre la asignatura de Religión en la escuela» «Y literalmente la respuesta de esta líder, aproximadamente vino a decir que reivindicaban sacar la religión de la escuela porque en ella se «adoctrinaba». Y remataba su respuesta diciendo: «porque básicamente no sirve para nada.»

Estas son algunos aspectos que nos propone considerar, acerca de la asignatura de religión en la escuela.

No estaría de más que en vuestras demandas y peticiones, además de pretender eliminar la educación religiosa y espiritual de la Escuela, considerarais otras propuestas, que os preocuparais de pensar seriamente, con serenidad y hondura, esto es sin prejuicios anticlericales –porque la religión y la espiritualidad es un patrimonio de la Humanidad.

Quizá habría que revisar el curriculum de la asignatura y buscar, de manera interdisciplinar, la manera de poder encajar en la escuela pública el estudio del fenómeno religioso.

  • Preocupa que se pierda la necesidad de pensar a Dios no solo en la Escuela sino también en la Universidad. Hasta tal punto es decisivo pensar a Dios, que en ello nos va todo, desde luego una vida digna de seres humanos.  Pues rebaja y contradice nuestro ser.
  • No lo digo yo, lo dice un tal Ortega y Gasset, muy poco sospechoso de defender la religión confesional en la Escuela: «El corazón del hombre no tolera el vacío de lo excelente y lo supremo».[1] El hombre es hombre en la medida en que se pregunta por las realidades supremas, simbolizadas finalmente en Dios, y trata de responder teórica y prácticamente, nocional y existencialmente. Dicho de modo negativo, en la medida en que no lo hace, regresa hacia el nivel óntico subhumano.
  • Está en juego, pues, la misma condición humana, la afirmación o la renuncia a ella, según sea verdad o no que vivimos por y para algo, que hay un principio último y una razón de todo en vez del simple absurdo. No me mal interpretes, no estoy afirmando ni negando nada, pero es necesario tener ese espacio para poder, al menos, pensarlo y debatirlo en la Escuela y en la Universidad.
  • Nuestra propia condición nos exige repensar a Dios, redecirlo, nombrarlo de nuevas maneras, reinventarlo, redescubrirlo, explicitarlo en la línea unamuniana de crear lo invisible por necesidad vital, para que la existencia posea sensatez.
  • Por eso permíteme que te diga que no se puede poner al mismo nivel el discurso sobre las hadas, los duendes, los centauros y Dios. El tema de Dios no es un tema entre otros, sustituible por otro de más o menos valor, sino es el tema supremo, en el que el hombre se ve implicado y cuestionado en su misma raíz, y ello sencillamente porque toca la realidad fundante y sustentante, la que le concierne radical e incondicionalmente, aunque no lo sepa o no lo admita, es la que contesta a su pregunta global.
  • La pregunta por Dios es la pregunta por el sentido último de la existencia y de ahí que sea tan necesaria hoy en el mundo educativo. Dios entonces no solo da que pensar, sino que es la instancia última que siempre está retando a nuestro pensamiento, a ir más allá. No hay otra realidad que reclame y exija tanto ser pensada, que valga tanto la pena pensar como la de Dios. Estoy convencido –como nos diría Aristóteles de que «un conocimiento mínimo de las realidades altísimas es mucho más deseable que un conocimiento súper cierto de realidades bajísimas».

Es esto de lo que yo trataba de hablar a mis alumnos en mis clases de religión, de que vale incalculablemente más para las ansias más hondas de nuestra persona la mínima luz que de ahí podamos sacar o recibir que todos los otros descubrimientos exactos y exhaustivos sobre los entes categoriales. Sin quitar importancia, desde luego, a esto último, bien sabes lo que quiero decir. Quizá el problema sea que hoy no tenemos ansias más hondas que tener un buen móvil, los máximos likes posibles en mis publicaciones y disfrutar de las pequeñas cosas, porque pensamos que no las hay mayores. Y vaya sí las hay. Por todo ello, con cariño te digo que semejante convicción es el mejor antídoto frente a la tentación de abandonar a Dios de las escuelas y las universidades. Porque corremos el riesgo de tirar al niño con el agua sucia.

En este link podréis encontrar el artículo completo.

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