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¡Buenos días catequista!

¡Buenos días catequista, que placer saludarte de nuevo! Estamos ya muy próximos a la semana Santa, por ello queremos alimentar estas chispas de espiritualidad con una profunda sencillez de corazón. Con esta actitud, cada uno podremos tocar un poco de la vía dolorosa de Jesucristo -el Ungido del Padre- del cual hacemos memoria solemne y doliente a la vez.

La frase para meditar esta semana es:

¡Él, entregó la vida voluntariamente por mí!

Queridos catequistas, quizá estamos tan acostumbrados a decir que Jesús dio la vida por nosotros, que no permitimos que la grandeza de esta afirmación toque nuestro más hondo centro y nos lance a la conversión.

Una certeza debe haber en la conciencia y corazón de un catequista, que es: la maravillosa noticia de “ser amado hasta el extremo”, es decir, ser consciente de que: “hay uno que ha dado la vida por mí”.

Jesucristo dio su vida en rescate por cada uno y por todos a la vez. Él abrazó la culpa merecida por nuestros pecados para ganarnos la libertad. Para enseñarnos el camino del amor y la reconciliación que son gratuitos y perennes.

Una de las búsquedas eternas de todo ser humano, es la de amar y ser amado. Y en Cristo Jesús, en este Mesías crucificado, cada uno tenemos la posibilidad de llegar al extremo del amor, de llegar a la plenitud de las búsquedas humanas. Somos definitivamente amados por Dios.

Somos capaces de amar no solo a los que nos aman, somos capaces de hacer el bien, no solo a los que nos dan las gracias.

Por lo tanto, yo catequista, fiel cristiano, un ser humano común, soy capaz de amar a mi enemigo, soy capaz de hacer el bien al que me odia, soy capaz de bendecir al que me maldice. Porque soy plenamente amado por el Amor mismo, por Jesucristo Dios hecho hombre. El amar personal humano es consecuencia del que se sabe y se vive amado por alguien.

El que se sabe amado de esta manera, incondicional, gratuita y misericordiosamente; es capaz de amar llegando a los umbrales más altos del amor, aquél que recibe y da, que vive amando y se da amando.

Este es el ejemplo desconcertante y original de Jesucristo, que gana la vida entregándola, que muere dando vida, y da vida muriendo. La pasión de Cristo es un dolor de amor que se entrega y es olvidado, que se da y es rechazado, es una pasión de amor regalado, donado a manos llenas.

Tu y yo catequista, estamos llamados a amar y a dar la vida voluntariamente en la gota que cada día nos toca derramar por el amor al otro, por la salvación propia y de los hermanos, por el amor a Cristo y a su evangelio.

El catequista da la vida por la causa del reino, a ejemplo de Cristo que nos dice: “nadie me quita la vida, sino que yo la doy de mi propia voluntad” (JN 10, 18).

Yo me pregunto catequista: ¿Hay en ti, la consciente entrega, generosidad, gozo, y paz de estar entregando la vida en cada hora de catequesis y en cada deber ofrecido por amor?

La mejor manera de vivir la pasión de Cristo es amar, desgastarse amando.

¡Hasta la próxima catequista!

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