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FIESTA DE LOS SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES, arte hecho catequesis, los frescos de Miguel Ángel Buonarroti

QUERIDOS CATEQUISTAS,

Dos apóstoles que nos dejan un mensaje en esta fiesta a través de dos pinturas, de dos obras de arte.

El recurso pedagógico muy importante de la que no nos podemos pasar es el de la imagen que tiene cada vez más importancia en la evangelización y en la catequesis. Ya lo expresa el papa Francisco la Evangelli Gaudium:

“Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen» ( EG 157).

Es por esto que os presentamos estos cuadros, los cuales ustedes mismos podrán sacar una enseñanza catequética profunda.

Los frescos de Miguel Ángel, La crucifixión de san Pedro y la conversión de san Pablo son la muestra que una imágen, habla más que mil palabras. Pinturas que muestran el camino del catequista y del discípulo. Son verdaderas catequesis.

Que en esta fiesta, como catequistas podamos descubrir el mensaje que nos revelan esas dos magníficas obras.

Os invitamos a imprimir a color estas pinturas en formato A3, o a un formato más grande para poder apreciar mejor, el sentido, los colores, los gestos y sobre todo la catequesis para hoy.

Festejemos a estos dos pilares de la Iglesia, reflexionando y admirando lo que nos quieren decir a través de esas pinturas que nos están hablando de manera muy fuerte.

 En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale. CT 58

Fuente:

https://www.artemiguelangel.com/pintura/capilla-paulina/la-crucifixion-de-san-pedro/

La crucifixión de San Pedro de Miguel Ángel 1545 y 1550.

La Crucifixión de San Pedro en la tradición

El apóstol Pedro fue martirizado en Roma bajo el mandato del emperador Nerón. Sus verdugos lo crucificaron.

Según la tradición, San Pedro no se veía digno de morir en la cruz de la misma manera que Jesús, su maestro, por lo que pidió ser crucificado de forma inversa. Es por eso que siempre se representa en el momento del martirio en la cruz, pero boca abajo.

San Pedro se presenta crucificado con la cabeza hacia abajo, frontal y en el centro de la escena, marcando la simetría. A cada lado, la multitud de soldados romanos y de fieles que observan el acontecimiento. Muchas veces en el fondo se introducían dos elementos de la ciudad de Roma: la pirámide de Cayo Cestio y el obelisco de Nerón, junto al cual se creía que había tenido lugar el martirio de Pedro.

El centro de la composición está dominada por la cruz donde se martiriza al primer pontífice de la Iglesia. Pero no está en la posición simétrica y ortogonal, clásica hasta el momento. Tanto el instrumento del martirio como el santo están en un atrevido escorzo que forma una diagonal principal y otra secundaria.

Los verdugos están subiendo la cruz para clavarla en el suelo, en un agujero que se está abriendo en la tierra. La fuerza la ejercen detrás del madero, para subirlo. En la parte de la izquierda, los soldados observan el cumplimiento del castigo.

A la derecha del espectador, hay un grupo de personajes humildes, probablemente seguidores, que atienden la escena entre la resignación y el dolor. Sobre San Pedro, otro grupo de contempladores atiende a la tragedia.

El tercio superior del fresco de la Crucifixión de San Pedro de Miguel Ángel está dominado por el cielo.

San Pedro es el protagonista absoluto de esta pintura al fresco de Michelangelo Buonarroti. Se trata de un atleta musculoso y lleno de fuerza. Con su vigor se sobrepone al martirio, no es el sujeto pasivo de un castigo. Con su movimiento se dirige al espectador, se coloca para señalarnos con su mirada, desde un rostro de enorme viveza.

Aunque no tenga sentido a nivel perspectivo, el San Pedro de Miguel Ángel es mucho más grande que las figuras que le rodean, incluso en el plano más cercano al espectador. Estas enormes dimensiones, junto con su movimiento, crean un vacío a su alrededor, lo llevan a un dramático primer plano protagonista.

La composición de La Conversión de Michelangelo realizada entre 1542 y 1545. 

Fuente:

https://www.artemiguelangel.com/pintura/capilla-paulina/la-conversion-de-san-pablo/

Saulo de Tarso, perseguidor de los primeros cristianos, llegando a Damasco, un resplandor lo hace caer del caballo y lo deja ciego, mientras escucha una voz divina, la voz de Jesús: “¿Por qué me persigues?”.

Una primera vista de las imágenes de La conversión de San Pablo de Michelangelo nos resulta extraña, como con la escena desequilibrada. El pintor del Renacimiento concibió las obras para ser vistas in situ, en una capilla larga y estrecha. Y para ello tenía que privilegiar el punto de vista en diagonal, donde los frescos adquieren todo el sentido visual.

En cuanto a la composición, el centro está en la parte superior izquierda, con la figura de Cristo. Este protagonista de la escena provoca un movimiento centrípeto, con los ángeles y elegidos en torno a él, enmarcando toda su silueta. En la parte superior, estos personajes conforman el cielo.

De la mano de Jesucristo sale un rayo de luz hacia la parte inferior, el mundo de los mortales. Siguiendo el foco lumínico llegamos a la cabeza de San Pablo, tirado en el suelo, con los ojos cerrados. Está ciego. Se ha caído del caballo, encabritado en un magnífico escorzo. Con este movimiento del animal los personajes se alejan de la bestia, huyendo de su gesto desbocado.

Entre el amasijo de cuerpos que escapan de las patadas del caballo, un hombre intenta controlar al animal. También otro soldado asiste al hombre caído, a Saulo. En esta escena llena de movimiento y dinamismo, sólo hay dos figuras que están quietas, aunque con una enorme tensión interna. Son Cristo y San Pablo, los protagonistas de este episodio, a quienes enmarca así el gran Miguel Ángel.

En el suelo, San Pablo no es un soldado maduro, como en las demás pinturas. Se ha convertido en un viejo transformado por la luz divina, por la visión de la luz de Cristo, por su mensaje. Ha caído del caballo como un hombre santo, como un profeta experto en materia de la fe. Sólo la empuñadura de la espada que se asoma a su espada nos recuerda su carácter de soldado, ya que no hay ni siquiera una armadura.

 la posición de Cristo resulta dinámica, potente y directa, mucho más que en las obras de arte anteriores y posteriores de la conversión de San Pablo. Además, la calidad del dibujo de Miguel Ángel le permite realizar un tremendo escorzo con el cuerpo, tan creíble como efectista. Es el motor de una energía vital que se dirige al santo. En el entorno del cielo, Cristo se rodea de numerosas figuras. Son pocos ángeles y muchos hombres y mujeres. Son los elegidos, los que se han salvado por su fe. 

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