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¡Buenos días, Catequista!

Hola a todos queridos catequistas, os saludamos con la alegría de siempre, esperando vayáis adelante con este proceso de espiritualidad, en pequeñas capsulas, y mínimos pasos… La experiencia para profundizar esta semana será:

¡El catequista contempla a Dios!

Queridos catequistas es hora de abrir los ojos, es hora de dejarnos quitar las escamas que obstruyen la visión- como Tobit (Tobías 11, 12)-, es hora de que nuestros ojos velados  contemplen la acción de Dios que vive; está con nosotros y entre nosotros.

Para contemplar la presencia de Dios real y actuante en nuestra vida, es necesario partir de esta verdad teologal que nos envuelve: “queramos o no, más allá de nuestras aspiraciones, conocimientos o deseos, ¡Estamos en Dios!” Y esta verdad es un fundamento inamovible que es capaz de sostener el sentido de nuestra vida.

Es decir, No soy casualidad, no soy una hoja que lleva el viento, no soy un don nadie. Soy en Dios y de Dios, hay una pertenencia divina que me sobre pasa.

Es así, que si yo estoy en Dios y en Él esta plantada mi existencia, puedo ejercitarme a contemplarlo.

 “Contemplarlo” ¿dónde?, comencemos por la naturaleza. Esta semana nos dispondremos a contemplar a Dios por medio de la Naturaleza (no estamos diciendo que la naturaleza sea Dios) pero sí que en la naturaleza puedo descubrir su amor y su cercanía hacia mí.

Cuantas veces como catequistas hemos explicado la creación como obra del amor de Dios. Y ¿Cuántas veces como persona, realmente lo hemos vivido? ¿Somos capaces de abrir nuestros sentidos y descubrirnos encontrados por Dios en la Naturaleza? …

Indudablemente si tengo fe y me dispongo puedo descubrir ese Dios que sale a mi encuentro, que me contempla y se deja contemplar… de allí que puedo introducirme al misterio de su contemplación; poco a poco puedo iniciarme, irme ejercitando -esta semana- en contemplar sus rasgos: en ese aire cálido o frio, descubrir una caricia de Dios;  en un bonito amanecer, o una noche de luna, en esa hermosa flor -una propuesta de amor de mi Dios-, en esa lluvia temprana, su providencia amorosa, … así sucesivamente.

La Naturaleza me habla de Dios y me permite introducirme en el misterio de su amor y de su presencia. Como el profeta Elías que encontró a Dios en una suave brisa o murmullo, “…después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó se cubrió el rostro con el manto y, saliendo se puso a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? (1 Re 19, 12b-13)”.

Queridos catequistas disponeros a contemplar a Dios, seguramente os saldrá a vuestro encuentro… Hasta la próxima.

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