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Crónica Congreso Catequesis y Discapacidad

 

“Todos somos vulnerables”

Organizado por el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización (responsable entre otras cosas de la promoción y coordinación de la catequesis en toda la Iglesia), y celebrado en la Universidad Pontificia Urbaniana del 20 al 22 de octubre de 2017, el Congreso Internacional “Catequesis y personas con discapacidad: una atención necesaria en la vida diaria de la Iglesia” congregó a 500 personas entre catequistas, agentes de pastoral en el ámbito de las diversas capacidades, y personas con discapacidad.

El Congreso contó con ponencias de fundamentación teológica y pastoral sobre esta “necesaria atención” eclesial, así como con numerosos testimonios de diversas iniciativas en los cinco continentes, principalmente sobre los procesos de iniciación cristiana con personas con discapacidad, y también de otras experiencias pastorales convergentes, y el testimonio de sacerdotes y consagrados con discapacidad. Punto álgido del Congreso fue sin duda la audiencia especial con el Santo Padre en la sala Clementina, en la que además del discurso dirigido a los congresistas, quiso saludar uno a uno a todos ellos, con gestos de cariño y muestras de gran alegría compartido con los congresistas con algún tipo de discapacidad, tanto física como mental.

La percepción del amor

Entre las ponencias de fundamentación teológica cabe destacar la del presidente del Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, monseñor Rino Fisichela, quien empezó diciendo qué si la catequesis es transmisión de la fe, lo es en tanto en cuanto “la fe consiste en la percepción de ser amados”, dado que “es generada y sostenida por el amor de Dios”, y que “vive del amor”. Porque Dios no sólo “habla” al hombre, sino que “se entretiene” con él. Y “Dios siempre hace sentir su amor y nos hace entender como nos ama en las situaciones y en las circunstancias en las que cada uno esté”. Desde esta perspectiva la catequesis en general, y la que tiene que ver con las personas con discapacidad, decía monseñor Fisichela, debe ser revisada desde la cultura del encuentro y la Iglesia en salida que nos propone el Papa Francisco.

Imagen de Dios

La ponencia del profesor Stafano Toschi de la asociación “Beati noi” de Bolonia sobre “La vida en Cristo, el hombre a imagen de Dios” (leída por otra persona dada su discapacidad física) sobre el recorrido que el concepto de comunicación en general y de comunicación de la fe en particular ha tenido a lo largo de la historia de la filosofía, mostró como la dimensión cartesiana de la comunicación ha supuesto un reduccionismo cognitivo de la comunicación para entender tanto la comunicación con Dios como la comunicación entre los hombres, con graves consecuencias cuando se trata de una comunicación en la que intervienen las personas con algún tipo de discapacidad. La verdadera comunicación humana, mucho más compleja, requiere una antropología para la que su identidad como imagen de Dios permite descubrir otras dimensiones (emocionales, espirituales, etc…) que integran todas las capacidades humanas, no sólo la cognitiva.

Tras la profesora Pia Matthews, de la Universidad londinense de Sant Mary, cuya ponencia de carácter más teológico mostró el verdadero sentido del valor de la igualdad entre todos los seres humanos, una igualdad basada en que todos comparten el fundamento de su dignidad, el haber sido no sólo creados a imagen de Dios, sino redimidos en el hombre nuevo, Cristo paciente muerto y resucitado. Este fundamento ha sido y será siempre contracorriente de cualquier tendencia a la discriminación, de la que no estamos excluidos los mismos cristianos.

Sobre la tutela de las personas con discapacidad habló Sheila Hollins, de la Comisión Pontificia para la protección de menores, antes de que se inaugurase, como último momento del primer día de congreso, la exposición “El catecismo de la Iglesia católica accesible a todos. Instrumentos pastorales y catequísticos para la inclusión de las personas con discapacidad”.

¿Catequesis especial?

Sobre la iniciación cristiana de las personas con discapacidad hablaron en el segundo día del congreso Miguel Romero, profesor de la Universidad Salve Regina de Rhode Island (Estados Unidos), como el obispo de Borken Bay (Ausrtralia) monseñor Peter Andrew Comensoli.

Miguel Romero desarrollo los argumentos teológicos y pastorales de su exposición con su experiencia personal como hermano mayor de un discapacitado psíquico. Desde muy joven se hacía esta pregunta: ¿qué le pasa a mi hermano? Mientras descubría que sus amigos del colegio veían en su hermano sólo diferencias y limitaciones, desde la fe descubría en cambio en su hermano al protagonista de una extraordinaria “alianza” de amor entre Dios, él y su hermano, que disipaba las diferencias entre ambos porque “todos somos iguales ante la necesidad de la gracia y de la misericordia de Dios”.

Para explicar esta diferente manera de mirar la realidad de la discapacidad, hay que entender como en la modernidad el concepto de autonomía del hombre frente a Dios ha marcado una antropología en la que “fuerza”, “libertad” (de maniobra) y “capacidad” son considerados atributos indispensables del ser humano, mientras debilidad, vulnerabilidad y discapacidad deprecian la valencia humana.

Y de este prejuicio moderno no siempre estamos libres a la hora de afrontar el desafío pastoral. De ahí que pueda darse incluso entre los cristianos un ideal catequético racional, que ve en la discapacidad (no sólo pero sobre todo en la intelectual) un obstáculo para la “excelencia” de la catequesis, que además tiene su mirada puesta en un destinatario normalizado y genérico de la catequesis, en lugar de un destinatario personalizado, concreto y real, que es cada uno de los catecúmenos. Nos ayuda librarnos de esta lectura deshumanizante (e incluso repelente), la teología natural de San Juan Pablo II que nos enseña que la única diferencia que existe está en el tipo y en el grado de limitaciones entre los destinatarios de la catequesis.

Por eso conviene desterrar la diferenciación entre una “catequesis normal” y una “catequesis especial o alternativa” (que no excluye procesos pedagógicos diferenciados en virtud del principio de adaptación), porque sólo hay una catequesis, la que se da en la relación entre catequistas y catecúmenos, en la que entran en juego las limitaciones de ambos. Una única catequesis por tanto que se adapta siempre a las capacidades y limitaciones de cada catecúmeno, como reza el principio básico del Directorio General de la Catequesis, el de su doble fidelidad: fidelidad al mensaje, y fidelidad al destinatario.

Si es verdad que las personas se perfeccionan, como decía Santo Tomás de Aquino, en su semejanza a Dios en el amor, pudo concluir Miguel Romero diciendo que su hermano de 41 años aunque con capacidad cognitiva de 11 años, no es un niños, sino un adulto con 41 años de experiencia humana, y así ha de ser tratado por todos, incluida la comunidad cristiana a la que pertenece.

La fe como participación

¿Dónde esta la garantía de la adhesión libre a la fe cuando intelectualmente solo podemos presumirla? Para responder a esta pregunta podemos partir de este postulado: “No somos sólo criaturas de Dios (creados por él), sino interlocutores de Dios”.

Por eso, explicó monseñor Peter Andrew Comensoli, los sacramentos, “ocasiones preciosas en el proceso de la iniciación cristiana”, son “empeños de Dios en su diálogo de amor con los hombres”, y “signos de la participación de quienes los reciben en la vida de Dios en Cristo”. Y por eso si tenemos fe es porque somos humanos, es consecuencia de la existencia humana. El hombre no “realiza al fe”, sino que es la fe la que “realiza al hombre”.

De ahí que, por un lado, “es el hecho de que somos humanos, y no de cómo lo seamos, lo que importa para participar de la vida sacramental de la Iglesia”; y por otro lado, la respuesta de la fe “no depende de ninguna capacidad de realización sino de la participación en la vida de Cristo”, por lo que aún en las más profundas discapacidades se da esta plena participación, no basada en lo que las personas realizan, sino en lo que son.

Y si la fe es “el signo distintivo de una creatura en grado de hablar con Dios”, y por tanto hay que valorar la dimensión dialogal y lingüística (escucha, acogida, respuesta) de la fe, como don de Dios y como respuesta humana, hay que entender que las personas con discapacidad extrema no están excluidas del lenguaje en su diálogo con Dios, pues lo hacen desde un lenguaje existencial, el de una relación que se nos escapa a los demás. Para ellos reza también la oración sobre las ofendas del sacramento de la confirmación, cuando implora para ellos que sean “configurados hoy más perfectamente con Cristo, que con su muerte nos mereció el don del Espíritu; y concédeles que la participación en la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, les impulse a dar testimonio de Jesucristo tu Hijo”.

 

No hay límites que impidan el encuentro con Cristo.

El Papa Francisco partió en su discurso en la audiencia tenida con los asistentes al Congreso de esta contradicción: por un lado que “el crecimiento en la conciencia de la dignidad de cada persona, sobre todo de aquellas más débiles, ha llevado a asumir posiciones valientes por la inclusión de cuantos viven con diversas formas de discapacidad”; y por otro lado, el que, “en cambio, a nivel cultural permanecen aún hoy expresiones lesivas con la dignidad de estas personas para mantener una falsa conciencia de la vida”. A saber, la de una “visión en gran medida narcisista y utilitarista” que lleva a estas personas a la marginación, a considerarlas incapaces de ser felices y de realizarse a si mismas, y por tanto sin reconocer su “multiforme riqueza tanto humana como espiritual”. La prueba de ello es la práctica de suprimir al aún por nacer que presenta cualquier forma de imperfección.

En todo caso, decía el Papa, “es un peligroso engaño pensar que somos invulnerables. Como decía una niña que encontré en mi reciente viaje a Colombia, la vulnerabilidad pertenece a esencia del hombre”.

Por que la respuesta esta siempre en el amor, “no ese falso, ñoño y pietístico, sino aquel verdadero, concreto y respetuoso”, la Iglesia no puede ser afónica ni desafinada en la defensa y promoción de las personas con discapacidad”, también con su inclusión en la generación de la vida cristiana y en la participación de la liturgia dominical. Y de modo especial en la catequesis, “llamada a descubrir y experimentar formas consistentes para que cada persona, con sus dones, sus límites, y su discapacidad, incluso grave, pueda encontrar en su camino a Jesús y entregarse a él desde la fe. Ningún limite físico y psíquico podrá jamás ser un impedimento para este encuentro, porque el rostro de Cristo resplandece en lo más íntimo de cada persona”.

Además nos urgía el Papa a estar alerta ante la tentación neo-pelagiana de no reconocer la fuerza de la gracia de los sacramentos de iniciación cristiana, a superar todas las dificultades en la relación con las personas con discapacidad, y a inventar con inteligencia instrumentos adecuados para que a nadie le falte el sostenimiento de la gracia. Para todo ello es necesario, terminaba el Papa, tanto formar catequistas lo más capacitados posible para acompañar a estas personas para que crezcan en la fe y den su genuina y original contribución a la vida de la Iglesia, como favorecer que cada vez más que los mismos discapacitados puedan ser catequistas, para que con su testimonio puedan transmitir la fe de un modo más eficaz.

Testimonios convincentes y emocionantes.

Convincentes porque mostraron claramente que catequesis y personas con discapacidad es no sólo real, plural y creciente, sino también enormemente enriquecedora para toda la comunidad cristiana. Emocionantes porque nos abren la puerta de un tipo de experiencia gozosa de la fe y la de comunión cristiana aún muy desconocida incluso dentro de la Iglesia.

Algunos italianos con discapacidad intelectual hablaron de su relación personal con Dios, y en introdujeron a todos en ese misterio profundo de la fe que es el encuentro con Jesús Crucificado y Abandonado abrazado en medio de las vicisitudes de la discapacidad.

El Padre Guiuseppe Fabbrini y la profesora Fiorenza Pastelli, de la parroquia Santa María de Loreto, contaron la experiencia que se esperaba como agua de mayo por no pocos de los participantes del Congreso: cuando hablamos de catequesis y discapacidad no sólo hablamos de catecúmenos con discapacidad, sino también de catequistas con discapacidad, una experiencia aún muy incipiente que ya el Papa Francisco en su discurso había señalado.

El Padre Michaél Depcik OSFS, director del Cathilc Deaf Community de la Archidióceis de Detroit (EEUU), uno de los 20 sacerdotes sordo mudos que hay en el mundo, contó su experiencia de conversión. Si tenemos en cuenta que sólo un 3% de los padres de niños sordos aprenden el lenguaje de los sordos, y que el 96% de los sordos no participan de las celebraciones litúrgicas, entendemos el alcance de este desafío pastoral. Los sordos no piensan con palabras, sino con signos. Las palabras se pueden traducir pero, ¿cómo traducir la “música” de los sordos? No se trata sólo de traducir de un lenguaje a otro, sino de una manera de pensar a otra. Pero además, las dificultades de la comunicación no se dan sólo por el lenguaje, sino también porque los sordos tienen otras necesidades vitales distintas a las de los oyentes.

El Padre Depcik tuvo la suerte de ser hijo de sordomudos, que le iniciaron en la fe y le trasmitieron el ejemplo de los santos. En la escuela católica en cambio le enseñaron a rezar sin entender lo que decía, recitando oraciones cuyo significado no había sido debidamente traducido a su mundo gestual. Pero en un viaje a Australia cuando tenía 18 años (y estaba a punto de dejar la Iglesia), aprendió de la familia que allí lo acogió otro modo de rezar, conversando con Dios, con naturalidad, con sus gestos. Y desde esa experiencia pudo encontrar la vocación al sacerdocio y al ejercicio de su ministerio al servicio de los sordos. Una pastoral a partir de la palabra de Jesús a aquel sordomudo apartado, “effeta”, que todos recibimos como signo en el bautismo. Porque no es sólo una llamada de Cristo a abrir los oídos para escuchar y los labios para hablar, sino una llamada a todos, más allá de capacidades y discapacidades, para abrir la mente y el corazón a la Palabra de Dios.

La experiencia de Cristina Gangemi, directora en el Reino Unido de “Kairos” partió de un encuentro con un joven con discapacidad mental a la puerta de un cementerio, cuando éste iba a cerrar. ¿Esperas a alguien?, le preguntó. Si, espero a mi mama. Al preguntarle a portero del cementerio, esté le contó que llevaba diez años viniendo diariamente a esperarla, pero su madre estaba enterrada. Cuando murió alguien allí mismo le dijo que se había ido, pero que volvería. Gangemi se dio cuenta entonces de la necesidad de saber introducir a los discapacitados mentales en la experiencia de la muerte. Para ellos es también la experiencia del duelo y la catequesis de la esperanza cristiana. Así nació, con este fin, “Kairos” , para acompañar a todos, también a las personas con discapacidad, en el momento de la perdida de un ser querido.

¿Quién ha dicho que las personas con discapacidad, física o mental, no pueden ser catequistas, o no pueden consagrar su vida a Dios y al servicio de la Iglesia? El testimonio de las hermanas con y sin síndrome de Down, de la Comunidad Monástica femenina Petites Soeurs disciples de lágneau, dejó a todos encantados. Contagiaban entusiasmo, entre palabras y gestos llenos de gratitud a Dios y a la Iglesia, cargadas de humildad.

La experiencia del Padre Gabriele Pipinato, fundador del Sanit Martín Catholic Socal Apostolate di Talitha-Kum y de las comunidades de El Arca en Kenia, fue la de un sacerdote tan agradecido a Dios por su vocación sacerdotal como por su dedicación a las personas con discapacidad, de las que dijo aprende todos los días a vivir su fe. Contó, casi al modo de una confesión, como en momentos de dificultad personal ante las dificultades propias de toda iniciativa social, han sido las personas con discapacidad las que le han devuelto la paz, las que le han recordado el amor infinito y misericordioso de Dios, a través del cariño y la alegría de aquellos que más se identifican con Jesús.

Anne Dewulf de Bélgica contó el secreto del trabajo de la Comunidad de San Egidio con los discapacitados, que es el mismo que con los emigrantes y con todos los que ofrecen algún tipo de necesidad: la amistad. La Comunidad no los acoge como destinatarios de una ayuda, sino que los quiere, los quiere como amigos, los introduce en los lazos comunitarios del amor mutuo, y les ofrece con la oración la experiencia del amor de Dios.

Más que un congreso fue una ventana abierta a la Iglesia en salida, esa que recordaba monseñor Fisichela, explica el Papa en el número 46 de Evangelii Gaudium: “Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino”.

Por Manuel María Bru

FUENTE: catequesis.archimadrid.es

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