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¡Buenos días, Catequista!

¡Qué placer de encontraros de nuevo queridos catequistas! Seguimos alimentando nuestra espiritualidad con frases sencillas que nos pueden motivar. La frase para meditar esta semana es:

¡Catequistas como María!

Sabemos que la primer y mejor catequista de Jesús fue la Virgen María, como muchas madres lo son para sus hijos. Y como muchas catequistas, que también son madres de familia y dan a luz muchos hijos en la fe, además de los propios.
Ser catequista como María, a nuestros ojos puede ser imposible, porque alcanzar la virtud de María ninguno podría. Pero todo catequista puede imitar a María viviendo desde su capacidad y pequeñez, ciertas actitudes de vida.
Porque María fue la mujer teologal por excelencia, sin haber pasado por el estudio de la teología, porque para vivir el misterio de Dios se transcurre por diferentes caminos. Unos ciertamente por el camino del conocimiento, pero otros muchos por vías inéditas que Espíritu traza para cada uno.
Podemos corroborar que María y la mayoría de los santos llegaron al conocimiento de Dios, por el sendero de la vida ordinaria, sencilla y humilde de apertura a Dios.
La primer actitud que el catequista ha de vivir al estilo de María es la de la “escucha a Dios”, una de las primeras cosas que la Escritura afirma de María es su capacidad de escucha a Dios. ¡Cómo hubiese participado María, en el misterio de redención, sino estuviera atenta a la Palabra de Dios viva y escrita; escuchada y acontecida!
El catequista como María ha de ser un “oyente de la Palabra” -como dijera Karl Rahner-.
Es decir, el catequista no sería auténtico sino hubiese sido llamado por Dios. Así mismo, al reconocer en Dios la iniciativa en la vocación de todo catequista, reconocemos en todo catequista un oyente de la Palabra de Dios. Porque el catequista oye a Dios, se descubre llamado… -sea por medio de su párroco, de un amigo o amiga, por medio de una necesidad concreta en su parroquia-, oye esa voz, que aunque discreta es inquietante, e incómoda. Esta voz lo des-coloca de sus pasividad y lo involucra en este bendito lío de la transmisión de la fe, sea de una forma verbal y/o experiencial.
Y segunda actitud que no puede faltar en el catequista que sabe imitar a María, es: la humildad, solo el que es humilde es capaz de responder a Dios con toda su verdad.
Porque el vanidoso que cree ser elegido por mérito propio, solamente está tejiendo un puñado de vanidades, que lo harán probar amarguras en sus fracasos y auto decepciones en los desengaños de todo camino apostólico. Porque el camino que Jesús promete no es de éxito, sino de cruz.
Más el humilde reconoce su verdad: sus dones y sus límites. El catequista que es humilde se dispone a la voluntad de Dios y por su gracia alcanzará virtudes insospechables.
El catequista reconoce en sus logros la acción de Dios y sus maravillas como lo proclama la humilde María en la escritura:
“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Pues se ha dignado mirar a su humilde sierva, y desde ahora me llamarán por todas las generaciones” (Lc 1, 46-48).
Catequista oyente de la Palabra y humilde como María… Hasta la próxima.

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